Esa entrevista no me gusta, bórrala
El surrealismo no pretendido me fascina. De ese que evoca una irremediable, a la par que purulenta, sensación de vergüenza ajena inherente. Siempre lo he pensado, el mayor éxito espontáneo es el inconsciente, simplemente surge sin cortapisas convencionalizadas.
Es ahí, junto a todo su ímpetu, cuando te transporta hacia lugares exóticos inauditos. Como ese ahogo en la espalda que se amalgama con sudores fríos en la garganta. Ni siquiera te hubieras atrevido a evocar semejante ligadura. Puesto que, en efecto, te saca de la zona de confort. Ensanchando la visión del mundo por las bravas, al tiempo que te agarra por el pescuezo y te obliga a espirar un hedor de esperpento.
Eso es lo que le ocurre a una cuando 1 año después, haciendo gala de un tamaño genital inusitadamente insuflado, alguien te pide, literalmente, que borres la entrevista que le hiciste (hace un año, recalco) porque: “han cambiado mucho las cosas y estoy en constante evolución”. Que le hiciera otra ahora. No porque estuviera mal, no porque no reflejase la conversación (reproducida fielmente), sino porque donde dije digo, ahora digo Diego. Un año después es cuando le parece mal.
Revisamos la entrevista. Definitivamente no contiene declaraciones preocupantes. Es bastante vainilla dentro de lo habitual. Pero a la pava se le encaprichó. Sin ninguna explicación que amerite el caso, bórrala. Síndrome Pablo Cohelho.
Ya está. Nadie te da el ramo. No es una cámara oculta
Como sociedad nos parecería una locura llamar al pintor de hace un año para decirle que: “ese color de la pared ya no me gusta, vuélvemelo a pintar”. O a la copistería de los apuntes del curso pasado que: “Estas páginas ahora las quiero a color, venga”. Una gilipollez como el Kilimanjaro de grande. Sin embargo, a alguien de comunicación parece que sí lo podemos espetar que su trabajo ya no vale, que lo repita. Simplemente mi “dividineo” ahora lo precisa.
Me niego a pensar que la coyuntura tenga más que ver con la maldad, que con que hemos criado a una generación de idiotas. Sin el más mínimo respeto, ni empatía, por el trabajo ajeno. Esputando sobre los canales, formas y maneras. Denostándolos y haciendo gala de una inconsciencia total por los códigos de su profesión. Ignorantes amantes de lo efímero, que pasan sus días sin más capacidad analítica que el que se escapa exhalado por la punta de su nariz.
A la hora de comunicar, lo que realmente vale es lo que haces. Hacer es comunicar, mucho más prevalente que lo que dices. Por decir, puedo decir hasta que tengo un dinosaurio en el armario. Ahora bien, lo curioso, más si cabe, de esta situación. Es que este alguien presume de estar apegado a la calle, de periferia, de suburbio y de facha conceptual del pueblo por el pueblo.
Lo primero que hace para relacionarse es mandar un mensaje, fragmentado a lo largo de 15 días (tampoco es cuestión de dignarse a tener una conversación si no es en sus ratos muertos). En el que le pide a una plataforma todavía más periférica que invalide su trabajo. Porque sí. Porque me apetece por capricho. Como quien ve a un indigente por la calle y le pide suelto. Con dos cojones, vaya.
Algo nuevo, no siempre bueno
En mi no dilatada, que sí intensa, carrera comunicativa me han ocurrido muchas cosas. He pensado sinceramente: “De aquí no salgo con vida”. Rechacé pasta y visitas a cambio de promocionar a un partido moralmente reprochable. He sido testigo de cómo el enchufe tiene mayor pertinencia que la valía. Una publicación ha tenido que recular debido a que no teníamos suficientes pruebas como para denunciar delitos graves. Me han insultado miles de personas por un titular cuando no se habían leído el texto completo… Barbaridades, en forma de anécdotas, en torno a la profesión que cualquier hija de vecina que se dedique a esto atesorará.
Ahora, una situación tan descombacante por el flagrante insulto a la integridad profesional, jamás. De esas cosas que no se te ocurren en un guion, pero ya se encarga la vida de ponerle storytelling, hasta “doing”.
No es el mensaje en sí, que ya tiene miga. Son las formas, los tiempos, las palabras… La absoluta falta de consideración.
Sobre la entrevista, ¿Qué le contestamos?
Entendemos que pasado un tiempo una persona cambie. Más cuando se es joven. Lógico. Por eso mismo, si ahora te hacemos otra entrevista, dentro de un tiempo volverás a querer cambiarla sistemáticamente cada cierto tiempo.
Como artística y creadora de contenido que eres entenderás que la pieza conlleva un esfuerzo notorio, una dedicación y un cariño expreso a cada trabajo que se hace. Se intenta crear un buen clima, que la parte interlocutora esté a gusto y que el resultado final refleje al 100% las palabras. De hecho, siempre se habla en el momento de publicación con los protagonistas para corroborar que se está conforme.
Pedir borrarla es como si te pidieran que borrases canciones tuyas. Algo muy serio, radical. Entendemos que las personas detrás, y su trabajo, merecen un respeto. Invalidarlo de repente y bastante tiempo después no nos parece adecuado.
Cuando, repetimos, es un buen trabajo, concienzudo y fiel a las palabras vertidas, haciéndote caso en todas las consideraciones que nos distes en ese momento. (Se nos pidió que unas cuantas respuestas no las incluyéramos. Por supuesto, aunque se trataban de temas inocentes, no lo hicimos)
No es una consideración simplemente nuestra. Ningún medio va a hacer algo así, jamás. Ni siquiera se está obligados a cambiar nada. Porque imagínatelo, todos los entrevistados querrán modificar algo al tiempo. Aunque sea un detalle. Si bien, en tu caso, la entrevista tampoco dice absolutamente nada malo.
Por otra parte, entendemos que no estés conforme. Que tus ideas cambien. Así que te proponemos una solución satisfactoria. No volveremos a publicitar la entrevista, la relegamos a un archivo histórico y remarcamos desde el inicio, bien claro, su fecha. (Cosa que ya de por sí quedaba muy clara, al inicio de la pieza. Mas, oye, venga lo recalcamos más)
Así nadie la verá, no obstante, al equipo no se le invalida su trabajo y todas las horas dedicadas. Lo podrán usar a modo de porfolio, por ejemplo.
No somos ningún conglomerado que use el clickbait. No vamos a dejarte mal, jamás, por unas visitas. Estamos de tu parte y queremos ser honestas. Pero no podemos faltar a la integridad de los profesionales que hay detrás de cada trabajo.
Seguro que hasta ellos cambiarían cosas de cómo se expresaban entonces. Para eso están las fechas y las dejaremos claras, no te preocupes. Publicitábamos la pieza creyendo que abogaba por buenos valores. No lo volveremos a hacer.
*Se han eliminado los datos personales, nombres propios y erratas
Resumiendo, cuando hago una entrevista…
Nunca he dejado mal a alguien. En la vida he ido con maldad, o con idea alguna de hacer daño. Adoro mi trabajo. Ese amor me obliga a conferirle a cada segundo profesional un cariño y esmero constante. Me preocupo por los protagonistas de mis piezas. Luego, siempre, siempre, soy honesta.
No concibo otra manera de hacer comunicación. Puede que los resultados finales siempre se puedan mejorar (de ahí la gracia de esta profesión de aprendizaje constante). De hecho, cambiaría cualquier pieza de hace 5 minutos. Lo he referido otras tantas ocasiones. Sin embargo, mis valores están presentes sin excusa ni excepción. Sí, sigo estando orgullosa de mis trabajos, aun siendo consciente de que actualmente no los haría igual.
Cuando hago una entrevista es para trasladarle a más personas una realidad que me parece interesante. Para ofrecer un añadido en forma de ejercicio recurrente de colaboración. Solo traslado lo que me das, ayudando si se precisa, a que se entienda. Mi objetivo es ser constructiva. No existe rédito en lo contrario.
Si se saca a la palestra una pieza “antigua, en algún momento puntual, es porque en nuestro caso, el del SlowJournalism, existe un valor atemporal.
Ergo, cuando alguien pone todo su empeño y profesionalidad. Su afecto, incluso. Es de justicia, mínima, guardar unas formas que van desde una diminuta alícuota de intención, un respeto inherente y la promesa futura de no comportante como una cretina.