“Paquita Salas”: Más allá de una gorda graciosa
Valoración: 6,3
Lo mejor
La excelente interpretación y caracterización de Brays Efe como Paquita. Un personaje carismático cuya temática se inserta perfectamente en la sociedad actual en forma y contenido
Lo peor
Que no termine de aprovechar la rica potencialidad que adquiere por momentos, sistemática y gratuitamente deja escapar situaciones o materias con las que ganaría en profundidad. Se autolimita en favor de la simplicidad y el enfoque comercial, eso se traduce en una pérdida de perspectiva y calidad de guion. Y la música, la música es un esputo hacia la palestra incrustado con calzador, a fuego
A estas alturas, las sinopsis están de más. Decenas de medios y particulares ya se han hecho eco y se sabe, de sobra de qué va la serie. Una representante de artistas (está gorda, es importante porque tiene actitud de gorda divertida) que triunfó en los 90 pero que se ha quedado desfasada. Venimos a ofrecer algo diferente, un análisis que por lo menos no te haga perder el tiempo contándote lo que ya sabes y buscando el clic fácil. Y aquí está:
“Paquita Salas” sabe torrezno para bien y mal
Por un lado, tiene el crujiente sabor y jugosidad de un personaje y temática carismática, fresca e impactante. Una vuelta de tuerca a lo siglo XXI de series como “Beti La Fea” o películas como “Pequeña Miss Sunshine” (salvando las distancias). Por otro, la casposidad de un producto sobreplastificado, mal embalado por momentos, al que le gotea la grasilla de la superficialidad de una representación burguesa, caduca, ahíta de crítica vacua.
Una servidora echa de menos un camino definido. Hubiera sido un producto de entrenamiento bueno y ya. No habría que reprocharle absolutamente nada entonces. Mas, cuando una obra se adentra en la osadía de la mordacidad, aunque sea de manera nimia, se debe a un compromiso del que, en este caso, no sabe hacerse cargo, lamentablemente.
El espíritu de Torrente dirigido por un maricón entendido como su más puro cliché.
Si a Almodóvar le quitas la genialidad en concepto y visualización paradigmática queda la sobredosis de drama mal encarado, fantasioso y purpurino-decadente-contenido de este producto: El sueño de una Maruja de Verano. El cual, lejos de explotar como hacen las obras de John Waters, dejándose obnubilar en la propia implosión de su despojo, brillando así por la radicalidad y realismo de su decadencia, se decanta por una opción comedida centrada en el remake, en forma de gorda con trastornos alimenticios, de Borja Mari y Pocholo.
Una gordita dicharachera de la que reírse, sentir condescendencia y orgullo de patria chica por igual.
Parte de un formato muy bien adaptado al panorama comunicativo actual: Sitcom presentada mediante mucha cámara al hombro (dios bendiga a The Office por popularizar semejante visualización), imitación de reportaje documental y personajes arquetípicos cuyo actante (función narrativa y estatus) está muy bien definido y delimitado.
Un modelo ya explotado, que suele funcionar correctamente en crítica y público. Una no puede evitar evocar, pues, a un producto coetáneo como es, por ejemplo, El Fin de La Comedia de Ignatius Farray (que curiosamente hace un cameo aquí). El cual parte de unos ingredientes conceptuales bastante similares en cuanto a puesta en escena, pero, con resultados diferentes. Mucho más satisfactorios y bien aprovechados.
De esta manera, que la duración de cada capítulo roce los 20-25 minutos es todo un acierto. Primero para no evidenciar la falta de recursos de unos personajes planos que vienen, hacen y se van. Y segundo para convertirse en lo que pretende ser, un producto de entretenimiento fácilmente consumible, e incluso deglutible. En el metro, en casa o en la sala de espera del médico. Cualquier momento y lugar es bueno porque no exige grandes exigencias pre-exigidas al espectador. Es eso, puro entretenimiento y sutil comedia para, con, el cliché de la industria española de lo audiovisual. Frívola, rauda, caduca, materialista y cosificadora en sí misma.
Ya para terminar de defenestrarse, la banda sonora. Mal elegida porque simplemente no viene a cuento, forzada para crear atmósferas esperpénticas de “drama que no”. La música (gran maltratada y olvidada, en general, por el gran público, dicho sea de paso) funciona mediante un axioma aplicable también a zapatos y sexo: si no entra, no lo fuerces.
Pero no, aquí se presentan en un compendio desaforado por esputar sobre la palestra las mejores propuestas Indie-Pop de hípster trasnochado que escuchará usted en cualquier garito/garaje de Malasaña por un módico precio. Gratuitamente, así de generosa es la dirección. Porque sí, a ver si usted los descubre y se decide por consumir, de rebote, eso que quiera hagan, sea lo que sea pero que ahora anda de moda.
Por otro lado, tenemos una excelente interpretación por parte de Brays Efe caracterizado de Paquita Salas. Personaje que bien le debe gran parte de la fama de la que goza al artista que le da vida. Y un elenco de usuales que desempeñan su labor amalgamado profesionalidad y pericia. A ello, además, hay que sumar la cantidad y calidad de cameos digna de los nombres propios que lo copan. Luego, si bien en otros aspectos flaquea, el apartado de interpretación es irreprochable.
Luego si bien en otros aspectos flaquea, el apartado de interpretación es irreprochable.
En cuanto a la manera de repartir la trama, fluctúa entre la 1° y la 6° de una caja de cambios. Sin pretender ningún spoiler, en un capítulo Paquita puede estar representando a una recién descubierta actriz conocida en su casa a la hora de comer y, al siguiente, que ésta esté recibiendo premios y galardones por doquier. No es que sea algo malo per se, y más si se tiene en cuenta que los capítulos duran 20 minutos. Pero chirría cuando en otros momentos correlativos lo que se pretende es ahondar en situaciones muy concretas, personales y detalladas. Cualquiera de las dos opciones hubiera sido un acierto, juntas, mezclar jamón serrano con Nocilla.
Ojo, servidora es severa y acuciante cuando hay que serlo, ello no quita para que reconozca, porque ciertamente es un hecho, que la serie está realizada técnicamente por un equipo profesional intachable. Con mimo y dedicación (en la segunda temporada aún más gracias a la producción por parte de Netflix) que confieren a la pieza final de una calidad la que no se puede echar peste alguna. Bravo en el aspecto fotográfico.
Dicho esto, y para finalizar, cuidado, “Paquita Salas”, como producto audiovisual no es algo banal e insulso. Al contrario. Se perfila como toda una sintomatología compleja de los tiempos contemporáneos. Una realidad que se hace mofa de sí misma, se señala acusadoramente de una manera jocosa en forma de casi sátira, pero que, sin embargo, no puede escapar y dejarse de insertarse en ella. Un perfecto ejemplo de cómo La hegemonía sistémico-cultural de la conglomeración mediática fagocita la diversidad, en forma de desviación (de sutil y matizada irreverencia, en este caso), para integrarla en el statu quo y así desactivar los mecanismos de acción e identidad social y de clase.