Salsa – Relato Corto
Dani me insistía en que había que hacer networking con unos posibles inversores nuevos. Me pidió que me comportara y no hiciera ninguna extravagancia. Así que diseñé una versión calcada de mis tarjetas de visita minimalistas. En cuyo reverso colé; con cursiva blanca, de manera elegante, fina, la palabra: “Puta”.
Fui repartiéndolas de manera gentil entre todos los asistentes, entre charla y charla de corporativismo autocomplaciente. Para cuando Dani se quiso dar cuenta, ya todo el mundo lo había visto. Lanzó una mueca de enfado contenido por el reconocimiento de la broma desde el otro lado de la sala. Una chica al fondo no pudo contener la risa, yo le sonreía. Me acerqué a Dani, antes de que me agarrara por el pescuezo y me trinchara como un pollo, y le espeté con la energía despuntante que me caracteriza cuando visualizo algo con total claridad:
“La quiero, quiero trabajar con ella”, mientras señalaba a la chica y cambiaba de tercios sin que pudiera recriminar nada.
“¿Con quién? ¿Pero sabes quién es…? Espera, siempre haces lo mismo. No me cambies de tem…”, Consiguió articular antes de que lo interrumpiera.
“¿Quién es?”, Me apresuré a decirle socarrona.
Yo ya estaba ebria de absortación. No sabía quién era aquella chica pequeñita que había comprado la broma, pero me transmitía algo magnético, de conexión inherente. Esa punzante sensación de que “está ahí” de forma genuina y singular. No sabía el qué, pero algo, todo, estaba ahí. El caladero de entropía que usaba como motor principal. Solo había que darle color al éter y empezar a extraer de la veta. Fe politoxicómana de la química artística.
Efectivamente, nunca podía haber imaginado que, en menos de un año, estaría con Marina en Los Ángeles haciendo del porno un cuadro de 3×4 metros, que los viejos ricos locos exhibían en su salón.
La verdad como efecto de realidad
A Marina le gustaba mear en las copas que después se bebía alguien y la cocaína. Sobre todo la cocaína. Yo podía soportar lo primero, pero nunca lo segundo. A ella tampoco le hacían gracia mis manías de pegarme con amigos y desconocidos.
Discutíamos mucho. Luego follábamos. Alguna de las dos se marchaba. Siempre acabábamos transformándolo en algo abominablemente bello. Supongo que lo mejor que hicimos fue saber ponerle punto y coma. Un aire indefinido entre los puntos de una diéresis enfermiza.
Para crear algo genuino hay que desquiciarse el tuétano. Sacar la puerta del sitio, arrancarla del quicio por la fuerza a presión. Hasta que explote y puedas formar algo con los retos y astillas. Transigiendo con edenes tan ridículos como una obra cuando se enfría, en una nochevieja de los proscritos. “La loca absoluta”, nominamos con cariño.
No se puede crear sin drogarse el alma.
Bonus track
A veces me da la sensación de que estamos en medio de la Calle Figueroa a las 2 a.m y a mí de repente me da por gritar: “¡Los Picapieeedra!”.
Aún siento su cara y la risa emanando de la nada en lo absurdo. De 0-100 en un instante, como un Maserati de lo imprevisible. Me acuerdo y me río sola. Ya está. Eso le da sentido al resto del día.