A mí se me respeta
A mí se me respeta. A ver, no es por nada, pero no acepto otra realidad. O me tratas con unas maneras adecuadas o te las arranco. Niego en rotundo cualquier otro escenario. Porque, como bien me he hartado de promulgar en otros artículos, existen una serie de concepciones sociales que no son negociables. La validez y dignidad profesional de las personas son unas de ellas.
Entre el denostado mercado laboral se han instalado las termitas de las aciagas prácticas. Deglutiendo los pilares de las relaciones interpersonales a golpe de normalización. Estructuralmente hablando, es normal que si eres una senegalesa de orígenes humildes de 19 años que friega las escaleras te traten con menos devoción que al director de la sucursal. Lo esperable, entendible, asumible al momento por todos. Sin necesidad alguna de filtros que lo razonen otorgándole una pertinencia meditada. Pasa con las barreras abiertas, se ha colado como algo obvio, ordinario.
Da que pensar. Puesto que, si una intenta comerle las pelotas al jefe debajo de la mesa, lo lógico es ejercer este comportamiento de manera natural. El problema viene cuando hasta para el ente exterior, un cliente, por ejemplo, esta relación se da de la misma manera. No tratamos igual a la reponedora que la dueña de la tienda. Aunque de ninguna de las dos dependa nuestra supervivencia. A efectos prácticos nos confieran un servicio igual de necesario.
Como si lo que buscásemos de manera intrínseca fuera recrear la rueda opresora. Una ley del talión apoyada en la coyuntura y el caos de soltar la bomba en el primer sitio que pille. “Donde fueras, haz lo que debas…” A si sea que la norma dicte picharle el ojo a un tuerto desconocido.
Que no nos vendan la moto
Por situaciones personales he tenido que tragar una cantidad ingesta de basura en mi vida. Durante más de dos décadas. Desde maneras tan amplias como el horizonte mismo. Me he comido mucha vida sin alma, demasiadas configuraciones opresoras y un buen puñado de ignominia por culpa de la ignorancia de a quien no le da la gana abrir los ojos. Así que no trago un milímetro cúbico de maltrato de nadie. Tomé mi tope, me planté. No lo consiento. Ni deberías hacer tú. Ya que, a diferencia de lo que nos quieren hacer creer, como grupo sí tenemos elección.
Lógico, una tiene mano izquierda. La actuación polar en la vida cotidiana no suele dar buenos frutos. Aguantas, tragas, mas, también escupes en líneas rojas que afectan a tu integridad personal y, o, profesional.
Los ultrajes siempre van en aumento si no se los ataja. Hasta que no puede hacer frente a una exigencia insaciable. Es ahí, exprimida al límite, como en absoluto se debe acabar. Si hacemos ordinal lo extraordinariamente infame es cuando nos quedaremos sin trabajo. Pues solo quedara la miseria de la esclavitud, que ni aun así da para sobrevivir. Al final no deja de ser un tema desgranado de las relaciones de poder. Sea por desconocimiento, maldad o mera curiosidad, si podemos hacer algo lo terminamos haciendo.
¿Cuál es la razón principal que te empuja a realizar cualquier acción? Saber que puedes. Toco la vitrocerámica cuando está apagada porque sé que puedo. Me pongo a escuchar música tras trabajar porque entonces puedo. Le grito al camarero… pues porque tengo esa potestad. Puedes. Si tus valores en conjunción del contexto así abren esa puerta. La estructura sistemática de cualquier jerarquía es siempre vertical. Mientras se esté arriba, se puede hacer lo que te plazca. Cuando se está abajo, tolera el peso del mundo sobre tus hombros. Un precio desproporcionado en ambos casos por exceso o defecto.
Mañana mismo se podría cortar de raíz con la malsana dinámica, salvo por el detalle de que las bases interaccionales de la sociedad misma descansan sobre esta premisa. Economías de la escasez en donde si me pongo le quito el hueco a alguien. En vez de considerarlo como una oportunidad para ensanchar el agujero, añadiendo espacio adicional. Ambas situaciones son igual de factibles, aunque la primera luzca como la opción oficial.
A ti también te ha ocurrido
Aquí radica la posibilidad de generar un mercado sano y constructivo. Nada de conjeturas buenistas de utopía en donde a todo el mundo le va bien el chiringuito. Me refiero a cómo tratar con la misma vara de medir a cualquiera puede no solo ser beneficioso para salir en los periódicos como la presea del mes al buen trato hacia la prole bastarda. Sino para acrecentar la productividad de cualquier empresa, organización o equipo de mus.
A lo largo de mi carrera profesional, desde que buscaba pagarme la carrera con empleos variopintos, hasta los trabajos de comunicación a los que me dedico en la actualidad, no han sido pocos los sucesos que me han hecho llevarme las manos a la cabeza pensando: “¿No te das cuenta de que esto es contraproducente? ¡Que pierdes talento, recursos y dinero!”. Eso también te ha pasado a ti, al otro, a la otra… A todos. Sin embargo, no se soluciona con medidas posteriores. No se trata de un síntoma que arreglar con coaching barato, metiendo billete o con un formulario de disculpas estándar.
El problema es que prevemos que los jóvenes son gilipollas. Que las mujeres no son fuertes. Que los pobres lo son por vagos y que los “panchitos” vienen a robar. Ergo, así te has negado las aptitudes de más de la mitad de la población. Fácil, gratuito. Contando solo con 4 prejuicios, añada usted el resto para flipar. Tan gracioso como ofensivo.
El respeto marca la diferencia
Mis valores me lo sirven claro. Trato al de la limpieza como a la rectora de la universidad. Realizan una labor necesaria. Ni se puede abrir un centro educativo sin gestión, ni lleno de mierda. Ambos son personas puesto que hasta ahora los ciborgs no se han alzado. Por lo que sé el Doctor Manhattan es ficción, luego, todo el mundo merece el mismo respeto.
El resto de las sandeces que te puedan intentar encasquetar son cuentos para que aceptes la bota encima del cuello. Al fin y al cabo, ser esclavo es una cultura. Opulenta, además.
Me han echado de un trabajo por no coger el teléfono fuera de mi horario laboral e incitar a mis compañeros a que tampoco lo hicieran. Trabajaba en una gran cadena de supermercados que acostumbraba a llamar a sus empleados, cajeros, para contarles que la cadena se iba a expandir a un país vecino. O para hacer saber que iban a bajar el precio del jamón, o que se habían comprado 30.000 kg de fresas (todo casos reales). Un “Fantástico, señora, ayer cené hamburguesa, que si quiere bolsa” de manual.
En otros lugares he resuelto problemas de PR a las tantas, editado piezas a las 3 de la mañana porque tenían que salir sí o sí, o echado mil horas después de mis consignas para sacar el barco adelante. Con una sonrisa en la cara y pasión en los dedos.
¿La diferencia? El respeto, la honestidad, la reciprocidad en el trato. En un lugar era etéreo como el contrato laboral de un “rider”. En el otro podía hablar con el dueño de la empresa para decirle a la cara que el último plan de contingencia presentado era una basura. La comunicación le da alas a la productividad o le tira un yunque sobre el cráneo. Tanto que en unos empleos he dado el 100% y en otros el 200. Coño, que tratar bien a la gente no siendo un cretino significa un mundo de distancia.
¿Podemos dejar de ser zopencos?
Si resulta que con 25 años he demostrado con hechos objetivos que puedo llevar mejor la empresa que tu colega de 57 y no me pones a mí, sino a él, al frente, yo pierdo una oportunidad laboral. Ahora, tú has condenado a la organización.
Cuando no contratas a una mujer. Debido a que hacer bandas sonoras es algo de señores cis heteros cuarentones. Te estarás perdiendo una calidad vasta cual sabana. Visión del arte a la que nunca tendrás acceso. Da para llorar una semana entera.
Si no escuchas de manera activa e igualitaria a tu personal. Con la misma validez, obviando cuánto le estás pagando al año. En menos de un pestañeo en la tercera planta tendrás un incendio que no podrás sofocar desde la décima.
La condescendencia laboral a todo perfil que se aleje del señor pudiente de mediana edad es un melón dulcísimo todavía por abrir. Por salud nos conviene hacerlo antes de que se pudra. Las anteojeras están bien para que los caballos lleguen precisos al punto marcado. No obstante, las personas no nos limitamos a ejecutar, también pensamos. Hacerlo de verdad implica contar con todo el rango de visión.
“Hostia, las cuentas salen, el negocio es rentable”. Y más que debería ser si se erradican los despropósitos a la inteligencia. El miedo, la coacción y las cadenas pueden ser fuertes. Pero nada como una persona dispuesta a apasionarse, apasionando con su trabajo como ente aceroso, disruptor desde la singularidad propia. Por eso digo que a mí se me respeta. En virtud de que aparte de mis derechos como ser humano (sobrantes para ello), te estoy haciendo un favor con mi actitud. Ningún otro escenario conseguirá el poder alentador de su viento tras la espalda.
Imagen de portada: Greg Rosenke