“Canino”: Clase Media y Sociedad Textualizada
Nota: 8,1 (Realmente recomendada)
Lo mejor:
Una actuación de calidad por parte de todo el elenco y el espíritu transgresor con carácter identitario del que hace gala. El director se arriesga, sabiendo comedir su propia explosión estrambótica, en un mensaje que en forma y contenido invitan a generar una repercusión más allá del visionado del propio metraje. Ello, en una época acuciada de subproductos de uso y desecho raudo, es un elemento sobradamente digno de reconocimiento, tanto para aquellas a las que les satisfaga el filme como a las que no
Lo peor:
Un ritmo narrativo que decae un tanto, sin grandes estropicios, en lo que respecta a la segunda mitad de la trama, en la que el “impacto” por la novedad visual y trama se van agotando de a poco al volverse sistemática. En ese momento peligra con volverse repetitiva. Un fantasma que solo hace por despuntar, ya que su tramo final viene a solventar el peligro y recuperar el interés
Se podría catalogar a Canino” de Yorgos Lanthimos, y más en clave de lectores empíricos que modélicos (dejándonos llevar por una incipiente reflexión adaptada a la experiencia de nuestro tiempo y espacio), como una alegoría, que roza la sátira por momentos a través del tono surrealista evocado de la puerilidad, de la clase media como sociedad textualizada.
Sin desvelar grandes porciones de la trama que un mero tráiler no pudiera hacer, la historia nos presenta a un padre de familia (élite económica) que, mediante técnicas de privación del conocimiento y control exhaustivo del entorno circundante, consigue privar a sus hijos (clase media), jóvenes adultos, del mundo exterior. En su lugar, construye un entorno a medida en la finca de su casa del que sus hijos no salen nunca por miedo de los peligros mortales que aguardan en el exterior. Una “Caverna de Platón” al más puro estilo de los 80´s
El quid de la cuestión, la razón por la que no es, ni de lejos, una anodina película de secuestros más de Antena 3 un sábado por la tarde, es que los “niños” tienen el potencial físico y cognitivo para desafiar las leyes establecidas por su padre. No obstante, y como ocurre en la actualidad con la Sociedad, todo ápice de revolución latente al orden establecido se ve desarticulada con el control panóptico del Conocimiento y la Comunicación. Es aquí donde se despliega la mayor metáfora semiótica, la Sociedad Textualizada y su explotación por las clases dominantes:
Por un lado, está el padre, símbolo implícito de la Clase Alta burguesa, tiene el poder y los instrumentos para asegurar el confort, ejerciendo así control de una manera paternofilial. Todo mediante un supuesto espíritu amable, instructor y bienhechor hacia el resto de clases a las que “cobija”. La realidad pasivo-agresiva no deja de estar pendiente, ya que, si bien su cara más amable cuenta con sobradas muestras de ello, su parte agresiva, o castigadora, no deja de tener menor valor absoluto en este aspecto, ostentando la misma inquina cuando se trata de penar el comportamiento desviado. Demostrando pues, sus verdaderas intenciones de mantenimiento del “estatus quo”, unas aspiraciones personales y propias que lo inclinan a mantener el poder panóptico y subyugante como método de supervivencia ante una generación que lo supera en número.
Por otro, como segundo pilar esencial del filme, están los hijos (o la clase media en el juego metafórico), un grupo social que depende directamente del eslabón más alto para su supervivencia, y que asegura sus comodidades vitales en función del grado de acatamiento ciego de las normas preestablecidas por sus superiores, con la promesa de una libertad que el espectador, mediante un juego de abstracción sencillo, sabe que no llegará jamás.
Lo curioso en este caso es que su representación se lleva a cabo a partir de la educación por ejemplos, la textualización. Toda comunicación se da mediante la verticalidad y jerarquía que otorga el poder (también en las relaciones entre hermanos), en la que las explicaciones son tautológicas, legitimadas en la herencia recibida, la tradición y la repetición de cánones. No hay un juego de códigos por donde desenvolverse paralelamente, lo propio de sociedades avanzadas que generan “gramáticas” de comportamiento en su frame. En su lugar se replican conductas en un juego por protegerse de “la herejía”, lo desconocido, el exterior, el páramo…
Luego, el director muestra una excepcional pericia al equiparar la compleja relación conceptual descrita, en la traducción audiovisual de una estampa constante en la que a unos adultos se les ha impedido crecer, castrándolos y desequilibrándolos conductualmente a sabiendas, condenándolos a una actuación estancada en la puerilidad y dependencia e inhabilitando cualquier posibilidad de movilización o trastoque social. Elementos bien extrapolables a la construcción social circundante de nuestro tiempo
De resto, sí, existen personajes secundarios que vienen a ratificar la fuerza actante de los dos grupos principales. Esa precisamente es su única función, instrumental sin pretensiones de profundidad, aunque bien traída y expresada. Cosificada, pero no más que el resto de los grupos sociales que en la realidad interactúan con clases medias-altas. Otro detalle de guion sublimemente sutil que viene a ratificar la premisa de la lectura económica del largometraje. El humano, así, adquiere valor de cambio al perder valor al uso.
Como última reseña a lo que respecta la simbología de su sinopsis, el afecto sexual merece mención aparte como elemento fundamental en el mensaje legitimador de humanidad de sus personajes. Por mucha cosificación, control panóptico, vigilancia horizontalizada entre individuos de la misma clase y mensajes de veto, el sexo se abre camino en forma de naturaleza humana y animal a partes iguales. Ya sea trasmutada en intelecto, curiosidad o deseo físico. Este aspecto es otro que la clase superior intenta dominar, en su representación de institución total, pero, sin embargo, se configura como el único que finalmente escapa del control. Un resquicio que le abre una ventana a la sublevación inherente de la condición racional. Paradójico sin duda, cuando precisamente es una pasión irracional que termina por darle alas al desarrollo cognitivo de la razón y el cuestionamiento calculado.
En cuanto al despliegue formal y más técnico, destaca una actuación precisa y de calidad de absolutamente todo el elenco, aunque, en algunos casos como son los de las actrices que interpretan a las hijas, su labor brille especial y singularmente. Sorprende gratamente con que pulcritud ahondan en los papeles para transmitir matices insospechados a priori.
Acompañado de una fotografía bastante aceptable, más teniendo en cuenta el presupuesto de una película de estas características. En consonancia con una cámara que ofrece por momentos acciones de riesgo que acompañan al peso narrativo, como son el hecho de ofrecer planos con cabezas cortadas para enfatizar la deshumanización. O planos secuencia que invitan a contemplar con placer escopofílico la vida de los personajes, y ponerse en la piel, un tanto, del padre que observa desde su juego de contención.
Dentro del aspecto sonoro lo que más destaca es su versión original en griego subtitulado (a tu idioma, claro), lo cual se perfila esencial si se está ante un producto narrativo en el que, a nivel de guion, se han puesto tantos esfuerzos por transmitir una simbología concreta. El hecho de no verse traducida, pues, más que un escollo se configura como un acierto en matices y veracidad.
La guinda a este entramado simbólico la pone la presencia de un final abierto que no hace más que venir a contribuir coherente pero inesperadamente con la filosofía y dinámicas del filme. Un componente que se mantiene conceptualmente de principio a fin.
Como conclusión se puede apuntar a que Lanthimos ha transmitido el mensaje que pretendía. Comediéndose para no resultar osadamente excéntrico, pero ofreciendo matices de personalidad inherentes y constantes en su dirección. Una puesta en escena en la que reina lo ecléctico, pues se muestra y pone de manifiesto lo justo, esencial y necesario para esgrimir la historia de la mano y como una espectadora que debe observar, reflexionar y juzgar. Una maniobra que bien se podría aplicar a la experiencia fuera de la pantalla, en la que la espectadora se verá obligada, tras su visionado, a mirar internamente hacia su régimen de valores en busca de las respuestas, como que no termina de dar el largometraje para mal o bien (quizás más lo último).
Porque una cosa está clara, si hay algo que la película hace bien es plantear un exquisito espacio reflectante en donde mirarse y empatizar (aún con personajes radicalmente satirizados hasta la saciedad) para que, luego, cada una resuelva los conflictos que con seguridad le habrán florecido tras el visionado de semejante monstruo audiovisual, también, para bien o mal. A gusto de espectadora.