The Boys temporada 2, cuando Rubius y Wismichu son Superman
The Boys, una de las series emblemáticas de Amazon Prime, se catapultó en su estreno como el precio del alquiler en las grandes ciudades. Un efecto “La Isla de las Tentaciones”. Algo esperable, que no esperado.
Potente como para cautivar en cuanto se explica su temática, porque casar superhéroes con grandes corporaciones tiene un nexo semántico encajable. Un enfoque lo suficientemente fresco y “rompedor” para aportar una percepción singular.
Así, la primera temporada nos sorprendió con un puñado de violencia explícita, humor negro, intriga, giros de guion… Pero, sobre todo, un mundo en donde los superhéroes existen, están controlados por conglomerados empresariales, tienen contratos publicitarios con marcas, salen en los medios. En definitiva, el modelo arquetípico del influencer con superfuerza, invisibilidad o capacidad de respirar bajo el agua.
Alejándose del actante clásico del buenecito de Superman para acercarse más al de Wismichu con capa. Otro cretino con poder mediático. Porque al final la serie va de eso.
De cómo en cualquier realidad, así una tan “fantástica”, el dominio económico de las grandes empresas se hace con el control de la información y la manera de pensarla. ¿El resto de los actores? Marionetas narcisistas de un juego macabro.
Víctima de ser un “superhéroe”
Las continuaciones no son un ente agradable de afrontar. Solo hay un Padrino II. En The Boys haber volado alto en la primera temporada implica un superlativo grado de comparación en su secuela. ¿Está a la altura la segunda? En parte.
Como suele ocurrir en las grandes historias, los eventos prominentes se confabulan en los inicios y finales. El principio de la serie tenía el interés intrínseco de un producto que sorprende para bien. Que te propone un universo propio, realista mas novedoso, que ir descubriendo de a poco. También unos personajes en los que ahondar para enamorarse/odiar a partes compensadas. Lo que se traducía en una trama que conmocionaba.
En la segunda temporada la baza principal, la sorpresa, se diluye. Conoces a la totalidad del elenco, a excepción de unos pocos personajes recién introducidos. Las motivaciones están claras. Los conflictos pierden efecto a fuerza de ser continuistas. El giro de los acontecimientos se vuelve plano dentro de una acción espectacular, lo previsible
Es natural que la continuación de una serie gire en torno al metauniverso de acontecimientos compartidos por el espectador. Que no siempre vaya hacia arriba. Los valles son necesarios en tanto y cuanto se precisa profundizar en la fábula. Ahora, aun siendo tolerantes, la mera existencia de explosiones, colores, algo de creepy y mucho ruido, sin un arco argumental realmente interesante hace flaquear el aspecto.
Una caída que desmerece sin llegar al punto, dicho sea de paso, de enlodazar por completo la disposición a seguir viéndola. Puesto que incluso con sus oscuros, los claros se siguen abriendo paso. Al menos hasta el cuarto capítulo publicado hasta la fecha.
La parodia del “influencer” elevada hasta la estratosfera
La serie amén de ser buena, presentándose de forma adecuada, es oportuna. The Boys llega en pleno auge, incluso crisis, del modelo “influencer”. El momento histórico que vive la sociedad le permite conectar de unas maneras que quizás no podría haber hecho en los 00´s (cuando se publicó el cómic en el que se basa, sí es una adaptación literaria. Original, ¿eh?).
Así, el hecho de fijar el foco en personas con “superpoderes” permite una crítica descarnada del fenómeno de internet. Las posibilidades aumentan en proporción a la cantidad de situaciones que se pueden generar, ergo, estas son infinitas con poderes fantásticos.
Acierto silencioso que se cuela por debajo de la puerta. Explícito, constante a pequeños guiños tras una ristra de mofas enlazadas.
El poder escopofílico de ver la vida pública y privada de los personajes es la perfecta, también primera, metáfora que el producto te tira a la cara. Una contraposición remarcada hasta la saciedad que permite contemplar la parte sórdida, fría, de la comunicación.
El coraje de pegarse un tiro en el pie
Cuando una herida llega a ser mortal en un miembro se da una situación médica comprometida. La de perder la parte en favor del todo. Amputar.
Eso mismo hace The Boys. Al igual que una película de terror de vez en cuando te pega un susto para que botes, o en la tragedia la niña se queda “cieguita” para que se te encoja el corazón, la serie se ocupa de pisar una mina a sabiendas para el deleite y despertar del hilo argumental.
No le hace extrema falta, la necesidad suele no implorar. Tampoco lo realiza a demasiado a menudo. Ahora, cuando lo hace, lo exhibe de una manera épica sin discusión. La sensación de que no teme perder hilos argumentales tácitos, viables, es un punto muy a favor.
Cierto, en realidad se trata de un efecto. El autor sabe de sobra (debería) por dónde va a continuar la obra y realiza una ilusión de deshacerse una de las múltiples vías. No obstante, la solvencia con la que lo ejecuta es tan exacta que se puede disfrutar del truco a sabiendas de que la magia no existe.
La intriga sutil de una tragaperras
Puestas a entrar en planos fantásticos, la expectación que va desenvolviéndose a cada capítulo aumenta conforme avanza. Más información a menudo implica mayores preguntas. Máximo acierto a la hora de desarrollarse.
Siempre existe un secreto de algún personaje, el dato no desvelado, la incógnita por resolver que viene a despejar el camino a golpe de maleza que nubla su final. Un constante tira y afloja de desvelar para descubrir nuevos mantos opacos.
Pesca de arrastre lento que en esta ocasión viene asegurada con su modelo de 3 capítulos el día del estreno, en adición de otros 7 que se irán emitiendo cada semana. Una decisión que su showrunner, Eric Kripke, defendía como la mejor manera para asegurar que The Boys es madurada en el tiempo, que no un producto de desecho rápido.
Desvinculándose de la modalidad actual de consumo por “atracón” en donde se quema en pocos días. Así, se aseguran noticias, expectación, interés, charla constante, al menos, hasta el 9 de octubre, cuando se emita el episodio final de la temporada.
¿El arma de doble filo? Que muchos de los fans se han increpado con la noticia, acumulando miles de quejas hacia Amazon. ¿Pagar una plataforma de vídeo en streaming da derecho de facto a tener todos los capítulos de golpe? La cuestión queda sobre la mesa.
El cable rojo con el agujero homónimo
Críticas a parte. Lo cierto es que The Boys ha conectado con su público a través de un régimen de verosimilitud bien construido. Viven en el mismo mundo actual. Usan nuestras redes, tiempo, modo de vida, moda, lenguaje, chascarrillos, memes…
Explotándolo de manera velada, como quien regala caramelos a su paso sin tan siquiera pararse a mirarlos. Un acto de calidad de disfraces humildes. Ese típico detalle que engrandece de fulgor su alrededor. El Xabi o Iniesta de la trama. En segundo y hasta tercer plano, pero marcando la diferencia para mantener al espectador dentro.
A cualquiera le gusta sentirse protagonista. Sumado a que cada vez se genera mayor sentimiento de pertenencia con los productos que se consumen, poseen o forman parte de la vida cotidiana de una u otra manera. Así que el hecho de que usen tu meme favorito de filón en la serie es como salir saludando por detrás. Un pedazo de la sociedad a cada momento, en donde raro será que un millenial no se sienta mínimamente identificado en algún instante.
La receta se cocina bajo personajes, interpretados por actores alejados de grandes famas previas, que no sorprenden tanto como en la primera temporada. Dejan de tener problemas reales, para centrarse en coyunturas de “cuento épico”. Luego, cuesta más identificarse con un señor que quiere salvar el planeta que con alguien que sufre depresión.
La balanza, sin embargo, se sigue mostrando favorable hacia la representatividad. La conexión bajo los pequeños detalles tira de las grandes historias de sus actantes, el resto de los capítulos por venir determinarán hasta cuánto y cuándo.
The Boys, perro viejo al póker
Los impulsos aconsejan mal cuando una ha de juzgar con fortuna elementos complejos. El silencio en estos casos se perfila como gran amigo, mientras se aguarda un número significativo de movimientos. Lo mismo se traslada a los productos narrativos. Hasta el primer gran vuelco no hay nada dicho. Con todas las posibilidades abiertas se puede decir lo que sea.
Si hubiera que sacar una conclusión de este inicio de temporada es que, aunque, no ha comenzado de manera arrolladora, acallando toda incertidumbre, mientras despliega una colosal historia a sus pies, todavía tiene margen para hacerlo. Al fin y al cabo, tampoco ha hecho lo contrario. Un punto medio líquido situado en un camino descafeinado que puede acabar terciándose soso, picante, agrio, dulce. El límite es la capacidad creativa.
Siendo abogadas del diablo, visto lo visto, no parece que The Boys vaya a acabar su temporada con una calidad superior, o igual siquiera, a la de su estreno. Nada indica, no obstante, que se trate de un bodrio infumable culpable de enterrar la marca. Sino el prototipo de algo que roza la decencia, pasa por el aro y acaba colocada sin demasiada pena ni gloria.
Por otra parte, la primera fue una notable temporada, galones le sobran, pues, para ganarse un voto de confianza prudente. El tiro en el pie puede estar esperando al torcer la esquina para recolocar el tablero.
Lo que está claro es que los siguientes capítulos serán claves para acabar materializando esa sensación de que aún aguardan varios ases bajo la manga capaces de nutrir la trama en retrospectiva, o no