Canarias: “Lo nuestro”, lucha al godo y al moro
Hay un concepto semiótico que se exacerba en territorios ultraperiféricos como Canarias que no deja de fascinarme. La escisión e importancia capital de “la gente de fuera” y “lo nuestro”. Que no “los nuestros”, porque en este marco pasan a ser bienes intangibles cosificables.
“Lo nuestro” como exaltación chovinista inapelable en un cuidado pavoroso hacia la herejía, “la gente de fuera” (el resto del mundo). Si bien toda cultura contiene un inherente ellos/nosotros con los que performar su comunidad, ya lo decía Anderson. En los territorios ultraperiféricos esta necesidad se ve acrecentada por su carencia de lazos de seguridad con el centro.
Es un “el pueblo salva el pueblo” desvirtuado en la historia hasta el punto en el que la relación de silogismo se vuelve tautología. Pasando de un “salvémonos nosotros porque no se acordarán de un territorio de ultramar”, para desembocar en un “Canarias, ra, ra, ra y nada más” sin mayor profundidad racional. El argumento transmutado en apelación vacua.
Así, el miedo al abandono se transforma en un doble cercamiento cultural, en donde la preservación de las costumbres, modo de vida e idiosincrasia cultural en general constituyen el totten de máxima adoración sistémica.
Materializando el caldo de cultivo
Esto se aprecia en el lenguaje local. Con insultos, expresiones y apreciaciones coloquiales especialmente dirigidas al aspecto. Tomando lugar e intencionalidad propia.
También, en la conformación misma de la esfera pública en donde “ser de aquí” establece una credencial superior a las ideas mismas que vengan detrás. Por eso siempre veremos a Coalición Canaria en el congreso. Porque son “los de aquí”, una marca autóctona que emana una confianza ciega ulterior a su programa electoral, integrantes o corruptelas previas.
Bajo la idea que solo ellos se preocuparán de su gente. Cuando la experiencia demuestra que no tiene que ser necesariamente así, porque los canarios actúan como individuos, como cualquier ser humano, no mediante una mente colmena.
El siguiente ámbito por señalar es la enciclopedia socialmente compartida. Con un odio irracional al resto de extranjeros. Pero, especialmente enquistada alrededor del “godo” y el “moro”. Comunidades inmediatamente limítrofes a Canarias. El enemigo con cara.
Etiquetas lo suficientemente amplias para contener la totalidad de culturas heterogéneas de la península ibérica (a excepción de Portugal, debido a que no forma parte del mismo país compartido, no supone amenaza) en el caso de “godo”. En adición a la suma del mundo islámico en el caso de “moro”. Todo el mundo para el mismo saco del sambenito. Mezclando al extremeño con el cántabro. Al argelino con el jordano.
Mención a parte merecería el “guiri”. Un ente soportable precisamente por significarse como sustentador principal de la economía de Canarias. Mal necesario que adquiere la condición pasajera de “turista”. La cual se ve parcialmente desposeída de la carga despectiva.
Y ahora esto, ¿Quién lo paga?
Las consecuencias directas de esta coyuntura se manifiestan en forma de guerrilla semiótica. De rechazo, de facto primigenio, en torno a lo “de fuera” (especialmente las comunidades colindantes). Al entender que su sola presencia amenaza veladamente la pureza estructural.
Ergo, incluso eventos de naturaleza internacional, con perspectivas de amplitud cultural, funcionan deliberadamente mejor si entre su programación se encuentran figuras autóctonas. De hecho, en una proporción sustancial de ellos funciona así.
Por ejemplo, el festival de jazz internacional que está teniendo lugar actualmente en Canarias. En una considerable alícuota los músicos “de fuera” vienen a tocar con figuras “nuestras”. De entre los grupos, el batería es canario. O el teclado, el saxofonista, el bajo quizás.
No es que te vayan a tirar piedras si llevas a Ximo Tebar en solitario. Tampoco eso. Pero sin duda, de manera silenciosamente implícita, el rango de aceptación a la novedad se incrementa si entre el grupo de protagonistas se encuentra un representante de la cultura local.
Si su batería es de las islas, mejor hasta si es de esa misma isla donde actúe, la percepción social de calidad y pertinencia se intensifica. Un bálsamo de tranquilidad para una cultura textualizada en constante vigía hacia lo impío.
Imagen de portada: David Clode