Ahí tienes el huevo, pélalo
He acabado repudiando a gente a la que hace años idolatraba. Puede parecer duro, vergonzoso, hasta un fracaso como apuesta personal. Si no fuera porque, al contrario de lo que nos ha vendido el sentido común acrítico, es algo normal.
Pasa como en cualquier periodo histórico de gran ebullición social, la manera de relacionarnos ha dado un vuelco. Los vínculos digitales son tan férreos y “reales” como tomarse una caña con alguien frente a frente en el bar. Más si cabe, ya que con la llegada de la huella digital desproporcionada podemos tener completo acceso a las creencias, valores e ideología de una persona.
La borrosa línea entre lo público-privado se ve transgredida por una “pornificación” de la vida personal. Todo al desnudo, desvelado, mediatizado. Ergo, si hace años podías estar compartiendo café todas las mañanas con un nazi en el bar y no enterarte hasta su muerte, hoy con dificultad algún aspecto se salva de colarse por las rendijas del patio de vecinos masivo de internet.
Un catalizador social que acelera los acontecimientos (a veces, hasta el punto de desvirtuarlos; de eso hablaremos en otra ocasión) con el poder dual de ensalzar y quebrar mitos. ¿La moraleja del asunto? Nadie, sin excepción, está a la altura del personaje que se construye en la psique de nadie (ni de sí misma, en última instancia).
Amén de que en un campo minado a lo Afganistán cualquier momento es proclive a saltar la atrocidad que emponzoñe la relación. El problema de llevar un micro permanentemente en la boca es que todas decimos sandeces en algún momento.
Perfecto, ¿Ahora qué?
Sí, vale. Es sabido que conviene evitar el fragor del momento “cancelando” al pobre diablo de turno. Que el derecho de la barbaridad es sagrado. Que, en definitiva, corresponde bajar un cambio de aceleración a la vida para plantear durante 5 segundos la coyuntura de forma limpia, con distancia.
¡Pero es que hay gente que es una soberana ‘hijaputa’! (sin ánimo, putófobo; me gusta la sonoridad). Sin mayores vueltas. Algunas características de este mundo complejo son simples. Las personas cambian, se caen las vendas con las que las veíamos o evolucionamos nosotras. Está bien claudicar esos nexos que resultan tóxicos, como el de una fruta madura que acaba pudriéndose. Si se acaba comiendo a fuerza, se enferma.
No te cases con nadie, los cheques en blanco se pagan caros. Si de por sí es arduo responsabilizarse una misma de las acciones propias, imaginad lo que significa delegar esta tarea en un desconocido. Ni patria, ni religiones, ni ídolos de barro. Sus promesas, aunque acogedoras, terminarán por ahogar a los beatos.
Amar, disfrutar, apoyar, construir de la mano del resto, siempre. Ahora, con el recelo maduro interiorizado del amparo condicional. Sin miedos a la perdida, pues el progreso llegará inevitable.
Lo sano está en movimiento, el movimiento es el costo de la salud.
Imagen de portada: Jasmin Egger
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