Lo que pasa en el Caribe después de los Mai Tais

Burda exquisitez referencial paradigmática de fragilidad futil. Autoreferencial, como el sueño de un amigo tercero. Impropia como los afanes de libertad de una nupcia en el 36. Un tipo que se tomó con demasiada literalidad premonitoria el romanticismo de los discos de Ricardo Arjona, en el sueño húmedo de un misógino homosexual. La marica mala del caos gótico suntuoso. Como citar a Shakespeare al revés en un Bose. Lo que el Biscuter al patinete.
Una paja a estornudos, por los pies hasta el tórax. La iluminación de una exhalación trastornada por el delirio bucólico. Cándida desertora del éxtasis flagelante, consternada, como la deflagración de la demencia. Enajenada, cual perrera cósmica de niño rico amaestrado. Cosquillas de mantequilla. Picos pardos de culpa, aderezada con el queso azul sin vida de los desertores de la evenencia. Paz de mortajas, concilio marchito. Timba en tumba ajena.
Ensimismada en la inefable palabra siguiente, parábola de los proscritos del mañana. Pervertida por el haz de los designios de un futuro inconexo de sucesos contiguos. Complementario, enaltecedor, como un rapto pasmoso inusitado cualquiera. Arrebatada por la sensación superpuesta de un manto estimador, aunque escatimador de los timos del amor. Benevolente, subyugante. Correa libre, pies imbuidos, embutidos en el recurso recurrente del corsé embaucador de la consciencia.
Cotufas y burbujas de algodón.
Luz del alba, gancho al hígado. Responsabilidad latente, ansiedad entumecida en la almohada. Tez enmohecida. Articulada por la urticaria rasposa de colirios pigmentados. Opacidad grandilocuente. Morbosidad mórbida, guarecida en la cotidianidad de lo espléndido. Crisálida de la conjunción taciturna, umbrátil de la desdicha suntuosa, tan impertérrita como la magnificencia pordiosera. Ineptitud pasmosa abandonada a lo providencial. Lo que pasa en el Caribe después de los Mai Tais.
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