No tengo nada que decir
Creo que me he pasado “La Opinión”. Que ya no tengo nada más que decir. Lo he dicho todo durante estos años de vida. De opinar, como algo “ex-novo”, solo se puede de 4 temas. Economía, política, sociedad y cultura. En las cuatro juzgo y estimo lo mismo a grandes rasgos:
Que no hay que perder la visión holística al entrar al bosque. La obligación de hacerlo sin pisar a nadie. Con presencia del ente colaborativo como formato de crecimiento optimizado. Mediante la punzante sensación de que nunca se ha ido demasiado allá. Siempre con algo en el tintero por enriquecer, por aprender y optimizar.
Junto a la crítica e incomodidad como catalizadores de todo movimiento, a modo de resumen profundamente ecléctico para buenos entendedores.
No pienso que le reformule la epifanía a nadie. Tampoco supone la frenética quinta reinvención de una rueda con lucecitas, 5G y pantalla flexible de resolución nanométrica.
Mas, en tiempos en donde no se hace otra cosa que repetir la función. Con sesiones de tarde, media-tarde, post-media-tarde, semipost-media-tarde y noche. Mediante los mismos actantes, problemas, debates y soluciones vacuas disfrazadas de una novedad. A la que se le ve la etiqueta de recién adquirida. Resolver públicamente que no tengo nada más que decir me parece del todo revolucionario.
Res est res, et non quod rei dicitur, o no
¿Qué coño os creéis? ¿Robert Pinsky?, cabrones. Que del humo sacáis oro cual alquimista mitificado del siglo XVII.
Pues ahí va una sorpresa, la mayoría de esos benditos botarates disfrazados de iluminación murieron de intoxicación. Lo mismo que le ocurre al panorama chamánico informativo actual. El suelo colocándose irremediablemente ante la gilipollez.
Porque si una cosa tienen las cosas que son es que no dejan lugar a dudas. Si te metes en la boca un trozo de berilio, te mueres. Al igual que, por mucho que le busques 5 patas al gato para explicar que el lobby gay te tiene oprimido, eres un fascista. Simple a la par que elegante.
Luego, eso. “No tengo nada que decir” como asegura Fito en una de sus canciones más bailongas. Su tono concuerda de manera bastante cínica con el tema que aquí apremia, por cierto.
La libertad de no expresar
Ahora, todo sea dicho, el derecho fundamental a callarte la puta boca también me aterra. Por dos cuestiones, principalmente. La primera, debido el clásico miedo al “¿Ahora qué?”. Ese que te lleva a pensar que solo puedes volver a dar una versión, como mucho, más sazonada del mismo plato. Que la innovación ha muerto. La farsa se descubre cayendo ante el telón, como las acciones de Blockbuster al comienzo de la década. “¿Ocurre algo si no puedo volver a escribir nada nuevo?”.
De acuerdo, quizás sea una opción con la que hay que vivir de fondo. Quizás es que no nos podemos permitir el lujo de nuevos escenarios, cuando no nos hemos pasado la pantalla del prólogo. Resignémonos al frame humano, hagamos lo de siempre improvisado.
La segunda cuestión que me desvela es la concerniente a que muchas de las otras voces “legacy” no ejerzan tan sagrado derecho. Más que nada porque nos baja el cambio a todas. Un pretender ir por la autopista y meter primera de golpe. Pues no. No entra.
Aun así, se empeñan en vender hallazgo en una tierra mellada por los agujeros del evento del siglo cada 5 días. Una isla en medio del mar da para lo que da. En Perejil no cabe Central Park. Loca de mí apostaría por ir solventando el mismo par de preguntas que nos suscitan desde hace más de un siglo. Primando sobre volver a lanzar sobre la mesa la misma mano, sin perspectivas de finiquitar la timba de póker.
Las cuestiones se conocen de sobra, su consecución, como diría cierto presidente caricato, “ya tal…”. Claro que si, ante los primeros conatos que irradien cambio radical, el instinto más básico del pueblo es salir a ver si le han quemado el coche, si eso nos pronunciamos desde la retaguardia. A ver… “si tal”. Totalmente patrio.
Las malas nuevas de esta mañana
A rumiar como vacas, ganado en masa, que somos. No me invento nada. Sobre qué reflexionan hoy, día 9 de julio de 2020, las grandes cabeceras:
- ¿Es la exreina una cornuda? Oh, vaya, el pasmo absoluto.
- La sanidad funciona mal. Primera noticia
- Hay machismo. El señor que me acosó anoche por la calle algo me dio a entender, eh
- Corrupción. Medalla de oro, plata y bronce nacional
- El presidente es malo. Extra, a la gente le gusta criticar todo
- La desigualdad social es alta. Si me dicen que es una pieza de hace 50 años me lo creo
- La universidad necesita innovar y talento. Añada dos bolsas de cal viva para tanto zombie.
- Los presupuestos del estado. Nunca nadie se peleó por dinero
La agenda setting. La de hoy, ayer y mañana. Quizás algún atisbo de novedad por el viral del mes en forma de salsa Szechuan temporal. Si nuestro menú informativo se parece al modelo del McDonald’s, la dieta no es sobradamente nutritiva, precisamente.
La denuncia y la indignación son estrictamente necesarias. Si bien las soluciones constructivas deben llegar, como mínimo, antes de que generen nuevas complicaciones derivadas. Meramente por un tema de capacidad. Si el veneno se extiende tanto que nos dedicamos a curar síntomas, jamás llegaremos a su raíz.
Del mismo modo que un chaval nunca llegará a la universidad, si el tiempo del que dispone lo ha de atribuir a trabajar y ocuparse de su familia. Las becas están bien, acabar con el modelo de explotación laboral, hostia puta, mejor.
El problema de España es que vamos al ralentí. Nuestra modernidad fue Franco. Ergo, la posmodernidad nos cogió de after.
Los lodos de la entrega en 24 horas de Amazon
La tendencia del “more and more” con la que la semiótica explica la situación de consumo rápido, poco elaborado. Crudo, o previamente procesado, en la mayoría de los casos. A la par que sempiterna de la actualidad ha resultado ser uno de los actores principales de conmoción en la industria comunicativa.
Todo ha de estar totalmente preparado para ser consumido en cualquier momento, de manera ingesta y con un impacto solo equiparable a las sustancias adrenérgicas (la farlopa, las anfetas…). Deme toda la temporada de golpe. El pack completo con expansiones, DLCs, skins y el gromenagüer. Apunte a la lista un servicio informativo que necesita acontecimientos (no solo hechos) las 24 horas donde, nuevamente, no existen.
El resultado es fácilmente deducible. Me los invento, negocio redondo. Sin embargo, como el mercado de elucubrar maliciosamente está copado por los medios con “Digital” en el nombre, se apuesta por la amiga agraciada. El de rescatar debates que ya están cerradísimos.
¿Que un zumbado dice que la tierra es plana? Dale el micro. ¿Que ahora resulta que el fascismo se disfraza de feminismo? Bombo y caja. El espíritu de Crónicas Marcianas se ha fugado de la madrugada para conquistar la parrilla entera.
Así estamos. Bastardeando hasta el propio conocimiento con tal de recoger un par de billetes arrugados de la tarima. El patíbulo de nuestros días. Porque mientras antiguamente los “freaks” venían etiquetados y bien definidos, en conjunción de algún dueño de circo como Cárdenas. Hoy se nos disfrazan de ministra, intelectual o clase obrera.
Nada que decir, pero quietas no que soy alérgica al polvo
Odio la opinión de demolición. La más fácil, gustosa, ociosa. Que no satisfactoria. Así que siendo constructivas cabe decir que lo de vaciarse no es algo nuevo. Desde que el mundo es pulla sigue siendo así. Lo que nos deja un par de ejemplos históricos que demuestran que tampoco supone el fin inexorable del mundo. Ni es, a sabiendas, rentable abrazar tal actitud en todo caso.
A cualquier hija de vecina que se dedica a producir contenido de cariz artístico le pasa. Se piensa que la oscuridad se cierne sobre ella. “No future”. El suicidio profesional. El engaño desvelado. Gatitos muertos… unas cuantas veces al año. Luego no ocurre.
Los grandes asuntos siempre regurgitarán. Como especie nos gusta salirnos del tiesto, con la esperanza de que a cada vuelta atesoremos un poco más de sabiduría.
Cuando te toca cubrirlos mediante una sobreproducción desaprovechada (horas de producción para minutos de rédito) la frustración suele hacer roncha. Aquí, el mismo mal proporciona las herramientas para generarle ingenios al suplicio. Puesto que, tal y como la multiplicidad de medios envenena el espacio, también le permite expandirse.
Desecho lo de escribir cagándome en los gilipollas que arruinan la Educación, me monto una serie fotográfica. ¿Por qué retratar por escrito una denuncia social cuando puedes grabarla en vídeo, podcast, animarla o hacer un reportaje interactivo? ¿El mismo tema de siempre? Genial, lo voy a contar desde la posición de una niña del 7º bloque A del barrio. Joder, haz otra cosa. Eres tú, hazlo tú.
En vez de rechazar lo anodino, abracémoslo, convirtamos lo ordinario en extraordinario. Puede que así las pérdidas de la batalla se relativicen. Si la cosa no se ha arreglado en 50 años con las mismas técnicas, probemos otras.
A posteriori quedará tiempo, obviados los viejos caminos, para revisitarlos y volver a saborear el maduro y suculento amargor de los clásicos. Solo yéndonos podemos apreciar el camino de retorno. No tengo nada más que decir. Aunque en realidad vuelva, parta para retomar un ciclo, en lo que tomamos un par de lecciones por el camino, para proseguir una y otra vez hacia el punto de partida desde diferentes ángulos.
Imagen de portada: Christian Chen