Sacapuntas
Opinión por Romina Morales
Para los millenials, escribir es como el sexo tántrico o sueño de montar un bar de sus padres. Se habla más de lo que se ejerce. Luego, el desate límbico presuntamente ligado a su consumo se esfuma como la deontología en los altos cargos directivos.
Sueños de plenitud a medio pelo de construcción. Aquellos que todo el mundo conoce como experto de oídas, para el que cualquiera parece estar capacitado por el mero hecho de tener dígitos (en los 3 casos). Sin embargo, que venga dios y vea si se consigue concatenar dos mínimas frases con alicientes suficientes para continuar cuando no se tienen rasgos consanguíneos con el magnicida.
Porque coño, sí, cualquiera puede escribir. Al igual que cualquiera puede opinar, deleitar a sus vecinos con su cover “balconero” de “Resistiré”, o practicar esnórquel en la bañera en busca del tapón perdido. Sin que eso los convierta, necesariamente, en poseedores del mínimo reconocimiento. Ni respeto, siquiera, por mostrarse como son. La tautología no es una credencial. Bueno, quizás en semiótica, pero eso ya tal…
En un panorama en donde cualquiera puede desbloquear la pantalla de su móvil para cagarse en la madre de su cuñado, o abrirse el alma en canal ante millones de personas, las posibilidades en cuanto a la proyección del talento se disparan. La oportunidad se democratiza. Ahora, también se democratiza el ser un gilipollas a perpetuidad, mientras la cuadrilla de zotes que tienes en tu círculo personal te toque las palmas.
Capote y García Márquez nos engañaron. También la sociedad del “tú eres especial”, así que puedes llegar a donde quieras si sueñas lo suficiente. Más que nada, porque el éxito que se vende es de un solo uso y toma. Solo hay un Stephen King, solo hay un director de la compañía, solo hay un Apple…
Tampoco importa si haces algo donde no te nombren el rey del recreo. A lo mejor no eres bueno en aquello que te gusta. A lo mejor la línea que separa el triunfo absoluto de la repulsa horrible es etérea, móvil. A lo mejor lo que deberíamos hacer es construir marcos de juego propios en vez de intentar jugar al baloncesto siendo topos.
Leñe, que me liais con tantas vueltas. La cosa es que este esperpento de escritura posmoderna. Bastarda del mito de café, puros y máquina de escribir, junto a su prima la geek de la tecnología escopofílica. Auspician a una serie de perfiles que no dejan de fascinarme.
No es que unos sean mejores que otros. A la mierda el elitismo. Nada es mejor que nada per sé. Dígame para qué, luego tendremos una respuesta concreta. Porque, efectivamente, el contexto es texto. Sí me interesa, especialmente, el cómo, además de en qué grado los introducimos en nuestra cultura. La actitud colectiva ante el signo. Respecto a esto habría que fijar el foco en:
La profesional curtida
Tiene recorrido en esto, sabe que tiene su punto de interés, ligado a una capacidad para sacarse un texto sobre lo sea. La misma que, aun así, pasa por periodos estacionales de miedo al papel en blanco. A haber perdido su “toque”.
Puede que hasta se gane la vida escribiendo, entonces es peor. El síndrome de la impostora será el primer, segundo plato más postre en el menú, al menos una vez por semana. Puede dudar de cada coma, haciendo mil cambios e imposturas. Lo cual casi siempre acaba en mezclas poco… digeribles, pesadas. Ora esto es una genialidad, ora es la mayor basura de todos los tiempos.
Razón no le falta. O sea, es cierto que la persona que fuimos hace un año no es la misma que ahora, no debería. ¿Y si era esa persona la que gusta? ¿Cómo volver a conseguir exactamente lo mismo con algo totalmente distinto? Las redes lo exacerban todo en estos casos. Críticas constantes, presiones por el número de clics o el engament hacen perder la dirección en el laberinto de tanto observar las muescas de las paredes.
No hay fórmulas mágicas. Solo salir, cerrar puertas y volver a entrar como personas diferentes a la de hace 5 minutos. Un simplificar el árbol de posibilidades a un palo con cosas que crece buscando la luz. Eso es una escritora. Me atrevería a decir que cualquier artista, también. Incluso cualquier ser humano. La clave, entonces será asumir que no siempre se crece hacia arriba, sino hacia nuevos lugares inexplorados, que comprenden los 364 grados restantes, por los que continuar o sortear la coyuntura.
El alma atormentada mal
Luego también está la que se abrió un blog de poesía. Fin. No tiene otra descripción. Hace enfermería, pero su pasión secreta es la lírica. Ya aprendió a escribir en la escuela. También se compró un libro, o dos, de literato de los de 40/60 páginas en blanco, con follar rimando con follar en, como poco, la mitad de los poemas. Sueña con tirarse al “autorx” en 4/5 pasajes, lo excusa en que le gusta su redacción.
Así que, domina esto de juntar letras. Escribe lo mismo que lee, cambiando sustantivos, quizás algún adverbio. El significado es el mismo. Le gustaría ser pobre, paria social y tener alguna enfermedad terminal solo para poder contarlo. Vive en el centro narrando una periferia versión de la versión aguada de uno que una vez leyó a otro que conoció a un pobre. Su percepción de la pobreza se enfoca en el siglo XIX.
Se queja de que aún no la hayan publicado. Va a todos los opens de la ciudad. Es la víctima perfecta para una pseudo-editorial que le pedirá dinero para la primera tirada, desapareciendo al poco tiempo después.
La okupa con sueños de Amancio Ortega
Por otro lado, abunda su homóloga revertida. La que desde la periferia habla sobre el centro. Flagelo de las convenciones, el regurgitar de conciencias. Cuestiona el capitalismo, el patriarcado y la democracia tachándolos de modelos de subyugación social. En contraposición, plantea alternativas atrevidas basadas en el colectivismo. No obstante, no puede evitar sentir un cierto orgullo de patria chica. Una singular “romatización” implícita de precariedad que solo se encuentra en los mártires de su propia casa.
Se jacta de estar fuera del sistema cuando realmente solo está abajo. Sabe que en el océano ya no será nadie, así que reina de la pecera varada. Sobre este perfil, a menudo habría que plantearse qué pretende. Si el llanto precede a una queja transmutable en cambios pragmáticos, o si simplemente la protesta por la disconformidad es lo que conforma.
La profesora que se pasó con el Channel Nº5
Más ejemplos que ahondan en la banalidad se pueden encontrar, paradójicamente, en las escuelas de conocimiento. El mundo académico es un vergel prolífico en lo que se refiere a la escritura ahíta de alabanzas serviles aliñadas con preguntas obvias. Ocultas, claro está, tras un magnífico mantón de armiño plisado de formas y maneras propias de un barón del siglo XVII arruinado, si bien perseverante en su inquina de exhibir una imagen teatralizada de altanería.
La universidad posmoderna, concretamente en lo que respecta a las ciencias sociales, es el perfecto paradigma que parapeta a este tipo de personajes que dicen mucho sin aportar nada. Que están porque hace 10 años estaban en el puesto. Esos 10 años estaban porque el año anterior habían estado. Después agregarán otras decenas porque… pues eso, sume 2+2. Burocracia de camas redondas en donde te la chupo si me lo comes, con el giro de que al día siguiente se descubre que uno de los intervinientes tenía clamidia.
Escriben sobre problemas manidos, al que la sociedad habrá llegado hace una o dos décadas. Sin aportar ni una sola contribución tácita o novedosa, citando a su colega (que viene de hacer lo mismo), rodando y rimbombando a partes iguales para concluir con un “vaya con suerte” en forma de bodrio infumable. Como si la calidad se sirviera al peso. No, que sea estúpida e innecesariamente rebuscado no convierte un argumentario en cátedra.
Mas, ciertamente, el mundo académico da cobijo a excelentes aportaciones. El quid es que, entre toda esa sombra, la mansión se nos ha llenado de fantasmas. Esa es la razón por la que el nivel reflexivo de las columnas de expertos apeste a bolsa de catéter rebasada. No por viejos, no. Sino por zánganos arcaicos autoimpuestos. Eso da pena. Y rabia. Y… rabia, sí.
La que se graba con la ropa tirada de fondo
Aunque para indignarse, la película de terror que vienen a vociferar los agregados al campo. Gente que pasaba por la acera de enfrente, así que, ya que estaba por la zona entra a por pasteles. Influencers random, opinadores varios, junto a esos youtubers gritones que les gustan a tus hijos. Esa alícuota, ya sabes.
Si encuentras algún material escrito de este perfil, a menudo, hay dos opciones: libro escrito por alguien precarizado que ni siquiera tienen la decencia de incluir en los créditos. U obra que da vergüenza ajena acrecentadora de tu gusto por la piratería. Tiene guasa que acaben siendo best-sellers.
Quiero decir, y sin ánimo de desprestigiar a nadie. Son basura. A todas nos gusta la basura de vez en cuando. Sencilla de deglutir, sin necesidad de cocina previa. Pero ¿en serio en eso queremos basar la dieta?
Zeus, Odín y Kojima
Sobre esto, sobre regímenes culturales. Se habla mucho sin ser lo suficiente de la figura del escritor vivo o muerto (si está muerto vivirá especialmente) al que el “intelectualismo mediático”, la crítica, el sentido común o tu amiga la moderna enaltecen. Más que el humor al terrorismo, ojo. Un Žižek, un Chomsky, un Bauman… Suelen ser señores.
Figuras a las que, por galones, se les aplaude que den lo buenos días para continuar asegurando que el agua entre en ebullición a los 100ºC. Cuando campa a sus anchas la máxima expresión del lector empírico, que se tiene, se espera lo esperable por experiencias y prejuicios pasados. Ya sea para alabar o destruir. Sea como fuese, el emisor es mensaje en estos casos. No necesitan de otro instrumento que lo ecléctico para trascender. Porque cuanto menos se diga en esto casos, mayor es el espacio que tiene el receptor para rellenarlo con aquello que pretendía oír al enfocar la página.
El mundo, por esta suerte, merma a cada profundización. Porque al final, las personas, como entes de la escritura, contamos la misma historia con actantes y escenarios diferentes. Puede ser muy rica, extrapolable incluso. No obstante, limitada.
Cuidado del momento en el que se ensanche a la fuerza esa narración porque algo no concuerde, que el pegamento ande seco ese día, por ejemplo. Pese a que la preocupación real debería estar en que ese día no llegue jamás. Todo héroe mítico ha de esconder en su capa cierta mácula de villanía para ser un espejo sano.
Después de la vorágine
Con esa última frase querría quedarme. Porque, definitivamente, todo lo descrito aquí no dejan de ser síntomas de la cultura que los ampara. Importa poco detenerse en ellos a pensarlos para reflexionar cómo ellos nos piensan a nosotros, si de esa mediación social resultante no se saca una reflexión aplicable. Una continuación lejos de haber estado dando rodeos con mejor o peor acierto. Un plus ultra, una manera de contribuir responsablemente como actores activos a la cultura.
Por si sirve de algo, la mía es la de no dejar de cuestionar las vueltas, la de la inquietud picajosa e inconforme. El motor incansable de una maquinaria sempiterna de visión holística. Ejercer más de lo que se habla.