Suspiros, mariachis y pelvis – Adelanto Editorial
Un crimen no puede ocultarse mucho tiempo. Al menos no de sí mismo. Por eso el amor siempre sale a la luz.
El decibel de un calendario que marca tus ausencias. Te quiero, pero para qué. Adiós ahora y quítate las bragas en verano. Un mensaje en morse en medio de la broma. El piercing del pezón que amanece aletargado por la luz que se cuela debajo de una puerta. Gemidos de oportunidad. Chances sin vilo. Dedos mojados que aún huelen al apocalipsis de tu ser. La otra, la ebanista de placeres inusitados. El tabú umami de una escuela de perversiones.
Un hilo de squirt, sonrisas y el sabor asfixiante de unas rodillas contra el hueso parietal. Pegarse fuego a ella. Dedos, atrancarse en un grito ahogado del aire acomplejado que no termina de soñar en la glotis. Vendetta dulce, amargor controlado, boca seca. Amasadora de una noche sin sed hambrienta de lujurias.
Homicidio por encontrar el instante de muerte que es el orgasmo, unísono hedonista. Sorpresa maquínea. Equilibrio esquizo al que no hace falta ni quitar ni poner nada más para que siga siendo sacro. Exquisita, tierna y escalofriante. Libre albedrío de creatividades desviadas psicóticamente perturbadoras. Bienvenida incomodidad, ebullición inquieta
Cucharas de sentimientos a granel, pelillos en la nuca. Pies fríos, uñas mal cortadas. Coños que resuenan el el hit-hack de la lejanía. Cuadros con forma de correa, tirones de pelo, voces dormidas. Harapos nativos a base de apio.
Tres llamadas, polvo, un suspiro, 8 años
La fístula, el parto o una pared de una pecera gigante agrietada. Cauce boscoso de impertinente clarividencia. Sintaxis a borbotones de un corazón en moto. Como el porno al acecho en internet, o un criptobro a los disminuidos. Mesías de los subnormales, patrones que se parecen al arte de amar como un sonajero a dos pistolas. La magia, el tiempo, la burbuja sorpresiva de un ayer maniatado. Las mentiras que nos contamos, las verdades que denunciamos. Aire desmedidamente obnubilado por la faringe, rocas en los labios, barro en los pulmones.
Un viaje de DMT enfervorecido por el ansia, inspiración a trocomocho. Paté de creatividad, deglutiéndolo con la consciencia transversal a toda dimensión. Dejar que la cortina de la consciencia se estremezca a su paso.
El frió de un extraño que te coloca la mano socarrona, escalar hasta un adiós que no es de nadie. Una cama ocupada por la rara sombra de antaño. La muerte inusitada en forma de vértigo categórico. La sonrisa total. El instante encorvado, descongelado en el momento más tardío, mañana.
El escalofrío de una figura que ya no está. El coxis de una serendipia enaltecedora. Tú, yo, los hijos que no tuvimos. Guapos e imaginarios. El cepillo de dientes al lado del mío. Con una mirada de hola y adiós, como la locura de una vela encendida para no dormir. Cera para los oídos, sin sentido como el abrefácil de misil nuclear.
Injertos de relación más deconstruidos que un entrenamiento de suelo pélvico. Como volver de un sueño lucido, pero hacia el delirio. El shock cubriendo de llanto el vaso de las risas que no tuvimos. La elipse de tu boca traspasando el código, inusitada como la expiación de los burdeles.
Un congreso de violadores confesos invitándote a una copa
La pausa, el gélido implorar de una tierra yerma, sin vida, llena de respuestas apabullantes pasadas de rosca. Ingenio en tumba, felicidad en bote. Un Lamborghini en el 96 antes de Cristo.
La impropia entropía de un abrazo marchito. El frió caldoso de una noche de verano agazapado entre las espinas de tus cortes. Prada para imbéciles de plástico. Un final sin moraleja que se estremece en la bahía de un complejo pocho. Suicidio por asfixia, los hados de la providencia caprichosa.
Mecedora tubular dubitativa. Sociopatía en verso
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Es un fiscal emperrerado entre azul turquesa y molerte a hostias. Dictando la sentencia de la vida nostra en una pedrea de silencio. El talonario de las hormigas, los decibelios de ausencia le hacen acopio a un arte patologizado de difteria. Disantería de vidas impares
Follar contigo son suspiros, mariachis y pelvis. Contigo, en la droga y el fascismo. Contigo la fé de los dioses tiene dudas porque tú la ignoras. Fama por violencia. Comunión de los efímeros. Elegir entre papá y mamá, tal que o paz o libertad. El turrón de asfalto de una carantoña.
Agridulce como la farlopa de una mirada a destiempo entre frases. Conciliadoramente comprometida como el día después de todo. El precio de un zurriagazo, el valor de un gracias en culpa y parte. Carantoñas con roña, como los tiempo fugados de un putero isopropílico al que se le conecta el wifi al pasar por el Club Pétalos.
La vanidad de los vivos, los cuadernos del caos,
mientras robamos fichas para los cochitos locos de unos actantes en el paraíso. Yo hablo raro, tú hueles a caramelo salado. A picante, miedo y asco.
La menopausia en cinta de un clamor que ya no es nada. Un dúo musical que dios supo cómo fue, La Banda del Chope. Perro viejo ruso que añora los tiempos del muro. Tus caricias son terrorismo en funciones, tu risa luz de obra. Tu figura tiene código postal en la curva ajetreada de mi sintaxis acomplejada.
La libertad de decirle a un zoquete: “Cállate un poquito, rey”. El nudo en la garganta al verte desnuda. Tu mejor lencería, tu piel ajustada a la cintura. Como mi mano presionándote el cuello, como tu cava jadeante de deleite. O los ojos cómplices de un delito a plazos.
La corroboración de que Dios es negra, sáfica y amante del humor obsceno. Para la vida eres el fisquito de misa donde se rifa el vino, como tú un: “Te quiero, pero yo qué sé”
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La crónica favorita en versión epistolar, volviendo a la vida sin el miedo a que los fantasmas de la angustia lean el atestado policial de la culpa
Una mirada hacia dentro. Paladio en vena, sangre ociosa. Sabor a jazz. Un baile en la azotea de las dudas. Certezas, cerveza, cerezas, sobaos y asentir tras la tragedia más fulgurante que puede haber: Un balcón sin luz. Un judío sin paisanos.
Acabar, pero no. Brasas que ya si tal. Abocanar hasta condenar el absurdo frescor en un horno. Vida, cuerdas y nudillos al rojo. Desinflado como las frases cuando se enfrían. Tibio como el sentir de un “lo siento”. Fogoso como un “sí o qué”
Yo no invento, fabulo, porque la vida no siempre rima. La historia improvisada de una mentira bien contada.