Cama Redonda
Opinión por Romina Morales
Hay que elegir, nos dijeron. Posiciónate, aquí, o allá, en la otra orilla. Pero estate.
Blanco, negro, amarillo… La elección cultural se limita a un trasvase de poderes, en donde las opciones están preestablecidas, como quien elige al personaje del videojuego de lucha en la pantalla principal.
Si quieres esto, acarrea esto otro, pero no aquello y, por supuesto, nada de lo contrario. A quien le gusta la clásica lo enfrentan a golpe de carné, el del buen entendedor, contra el amante de lo bufo. Como si parte de la manera de apreciar una obra estuviera estrechamente ligada con el hecho de repudiar lo que no se siente por propio, al punto de sentencia firme y chovinismo.
Yo, para bien o mal, soy una amante tan intrépida como poco fiel. Me gusta el devenir asincopado del Jazz, también la irreverencia del Punk, la matemática de la Electrónica o lo soez del Rap. En lo que respecta a cine, fluctuó entre los planos sin cabeza de Lanthimos, la “desfabulación” de los Coen, la eyaculación fílmica de Lynch, la roña apurpurinada de John Waters y hasta la gratuidad de los Russo, por ejemplo.
Me extasío viendo un combate de boxeo o ballet. Al fin y al cabo, caras de una moneda coaxial. Y tanto las obras de Munch como de Warhol me hacen sentir el texto, del contexto, testificado. Me gusta el arte, en general, Me gusta cualquier cosa cuando conlleva inherente el buen rasgo de Comunicación.
No obstante, quizás no al mismo tiempo, ni tampoco en cualquier momento
Aunque tanto el sexo como la lectura puedan ser un deleite a luz de las velas, ni es recomendable andar cogiendo apuntes mientras se folla, ni anegar con fluidos corporales el libro al que andas enganchada.
Ahí está la clave de valorar la cultura de manera sana. Con el peligro de perderse gran parte si se fuerza a cerrar los ojos. Aunque dos elementos se puedan meter en un mismo frame de “preferencia y, o calidad”, no implica, necesariamente una relación de silogismo práctico. Ni todo se disfruta mediante los mismos instrumentos, ni todos poseen las mismas características, siquiera.
Se llega pues, a la trampa del target. Radicando de arriba hacia abajo. La crítica, el periodismo, el influencer de turno, o la publicidad machacona, taladran las concepciones respetables para seguir siendo parte de clan, para perdurar el ingrato sentido de pertenencia. Hasta dónde se puede llegar si eres choni, intelectual, reggaetonera, pija, romulana o freak. ¡Cuando, obviamente, debería ser al revés!
La sociedad tendría que reclamar lo que demanden sus preferencias. Ahora, si las comunidades imaginadas vienen, de antemano, impuestas por algoritmo y marketing. Cuando la privacidad ha sido paradójica y consentidamente violada. Cual pedófilo que juega a metérsela a su sobrino de 5 años, que piensa que están haciendo de “animales”. A ver… Tampoco sorprende que las rejas calen. Más por desidia, ignorancia y despolitización que por otra cosa.
Luego, erigido el problema, causa y solución vienen a consensuar en el mismo término: Aprender a leer como lectores modelos (valorando el texto en toda su grandeza) y no solo como lectores empíricos (desde la propia experiencia y prejuicios). Al final no se trata más que de respirar un segundo y acercarse relajada para observar las obras con tridimensionalidad, en vez de en el folio.
A modo de ejemplo: El Victoria’s Secret Fashion Show
Sí, fomenta un tipo de cuerpo estereotipado, irreal e insano. También el consumismo vacuo, una capacidad de decisión sesgada y la evasión. Claro. ¡Pero lo hace de puta madre!
Con una capacidad de conexión con el público joven y el resto de productos asociados que promocionan (música, diseño, visualización, personajes…) genuinamente eficaz. Es potentísimo comunicativamente a nivel mundial. Cada milisegundo del evento está constituido, pensado y trasladado para triunfar.
Ello no quita para que una vez apagado el dispositivo las prioridades y valores elementales de la individua sean otros. Pero es lógico que te guste, está bien hecho.
Eso hay que reconocerlo, valorarlo y hasta extrapolarlo a otras necesidades de la Sociedad.
Si a los chavales les vendieran la Educación desde una planificación tan magistral, adiós al fracaso escolar (vale, no se puede equiparar el entretenimiento a la carga informativa, pero el concepto está ahí)
“X producto es basura, ofensivo, es de paletos, es mi vida”. No.
Es un compendio de decisiones comunicativas, de signos, de Semiótica. Detectarla y valorarla es el equivalente a saber discernir entre qué comida compras del supermercado y cuál no. Los establecimientos no son ni más ni menos saludables, tampoco hay que comprar solo en uno, todo dependerá de con qué parte se quede cada quien.
Así, cuando nos demos cuenta de que la cultura no es un menú de bar de carretera, en donde si comes sopa no hay gazpacho, comencemos:
En primer lugar, a enriquecernos con todos los sazones que ofrece. Picoteando, extrayendo e interconectando disciplinas (al fin y al cabo, es la base del Conocimiento y Razón Humana) para construir el pensamiento dimanado que la Transmodernidad exige en pos de sobrevivir como sujetos con nombres y apellidos. ¡Empapémonos de todo! De veras, no es necesario elegir, muerte a las economías de la escasez. Lo aprendido solo suma.
Y en segundo, pero no menos importante, a menoscabar los lastres que conlleva consumir determinados productos sin leer la letra pequeña.
El conocimiento nos hace libres. La apertura de mente son las alas y el criterio el timón