Sucios simios de circo
Opinión por Romina Morales
Todo el mundo, sin excepción, me parece absolutamente inútil. Me incluyo. En tanto y cuanto no poseemos misión preasignada alguna. No “servimos” para nada, no detentamos ningún fin determinado. Se lo encontramos, lo tomamos. De ahí la grandeza. La de la gestión singular de cómo encararlo en cada caso. La concepción se extiende al tratamiento de cómo pensar la realidad para descodificarla. No pueden existir verdades absolutas, si bien carecemos de determinismos. Ya lo decía en mi artículo anterior, todo es cuestión de “frame”.
Mas, esto se aparta de los despojos de autoayuda buenista del “sueña con tu camino, hazlo realidad”. Aquí somos de las tragicomedias de sensaciones decididas, postergadas, al calor de una vela, tenue, sutil, que le otorga fragor al desechar mitos. Guerras perdidas sin entrar, por designio propio, a la contienda. Crear, pues, es dejar de hacer la infinidad de producciones que se nos escapan en el tiempo. Es tener que decidir qué se queda a bordo, en contraposición de lo que se arroja por la borda. Terrorífico.
Al lío
La matraquilla anterior viene a que el otro día leí un comentario de Sara Socas en redes en donde se exponía alegando que era consciente de estar sobrevalorada en su disciplina, el rap. No se sentía lo suficientemente preparada, decía. Reflexionaba si se merecía estar donde está.
Ahora, en un mundo en donde es pertinente la opinión de personajes como Aznar, Álvarez de Toledo o Vargas Llosa, el panorama hace lustros que dejó de regirse por el mérito. Si es que existe alguna cosa semejante más allá a los convencionalismos de Disney, o los poemas de Sófocles.
Aquí nadie se sacará los ojos por mucha injuria al alma. Vivimos ulteriores al olimpo, gracias a los dioses, ergo, las cosas no se rigen por juicios morales autoconscientes, sino por el dual elástico-rígido albedrío. Los hechos son porque según una serie de consecuencias se han dado. Se acabó. No se tiene lo que se merece, se alcanza lo que se toma como propio. La justicia se sustenta en los valores personales. Desde dentro hacia fuera, colectivizado bajo el signo del convencionalismo interpretado. Con ausencia absoluta de juez absoluto alguno.
No se posee un merecimiento, se ejerce ante una sociedad que le rinde pleitesía, o no. Éxito es saber colarla en el momento justo, junto al lugar óptimo.
Lógicamente vivimos en una sociedad con dictámenes cerrados. Eso evita que desuelle a mi vecino del 4º por poner por quinta vez consecutiva el Resistiré esta tarde. Me refiero a esa sombra de moralismo que zancadillea constantemente los esfuerzos de salirse del tiesto. Ese puritanismo de rigor que nos hace cuestionarnos de manera recurrente los reconocimientos.
Nos ha jodido, es obvio que ese libro pudo escribirse un poco mejor. Esa nota encajonarse lacerante en el corazón herido para conmover un ápice agravado. Tú también podrías tener una masa muscular levemente superior y el coche que atropelló a tu primo llegar un segundo después. Sin embargo, vivimos donde vivimos, las posibilidades son muchas, el desenlace uno. Por eso no podemos pensar en el “y si”. Se concatenarían en ciclo, marcharía sin fin. De este modo son los lares, aremos.
Los entornos ad hoc para el lamento son fantásticos para la literatura clásica. Para la realidad, un modelado en 2 dimensiones en un mundo de 3. Por supuesto que es sano dudar. La rebeldía del inconformismo ha dado más tesoros al arte contemporáneo que los expolios del museo británico. Pero cuidado que el fuego que fragua los ánimos no nos acabe chamuscando.
Estatuas de bronce, relleno de poliespán
Nadie está a la altura de su mito. Nadie. Al igual que ningún texto mantiene en alto el tono tanto como su titular. Toda persona es inferior a su obra cénit. De ahí la inquina por entrenar. Para progresar tanto que un 80% de lo que se pueda dar se configure como una rotura del molde de lo ordinario. Conseguir ponerse a la altura del titular de ayer, para sentirse subyugada al cliché de mañana. Después, la que quiera ver rivales que se ponga delante de un espejo.
Claro, vivimos en un espacio hiper-expuesto en donde cada movimiento conlleva un juicio. La transmodernidad de Rodríguez Magda nos ha dejado desnudas con un carcaj de flechas, sin arco, frente a un aluvión de ejércitos configurados entre los zombis del pasado, congeniados con el fantasma de las navidades futuras. En ese campo de batalla, somos virus que se aferran por encontrar catalogación propia.
Así que, sí, producir contenido hoy en día es un acto de fe, de rebeldía. Primero, por los escollos autoimpuestos, la duda, la incertidumbre…
Segundo por la exposición mediática despiadada por cosificada. De esa que convierte en masa deglutiendo sin hacer distinción. Esos perfiles a los que parece exasperarle tanto la actividad ajena que pretenden destruirlo todo desde sus algodones de pasividad. Todo es basura menos yo. No hagas nada, no te arriesgues a ser nada. Sigue siendo nada.
Tercero por insolidarios en el canal, por usar la autopista de pago del negrero local en vez de abrir camino a base de pico y pala vecinal.
Con esto último me gustaría finalizar. El canal. La cúspide de todo este deshumanizador sistema. Recordemos que el dueño del canal distribuye, ya no solo el mensaje, sino el rédito.
Se pueden hacer los contenidos más contraculturales de la historia, utilizar instrumentos totalmente innovadores, los originalísimos. Se puede reivindicar la periferia desde el rotundo éxito y llenar los estadios con un aforo de miles de asistentes. Que, si no se tiene control del canal, solo se es una prostituta en el saco del modelo de explotación capitalista. Nada diferencia en este sentido a una digna señorita de Montera, de un profesor de universidad, o la artista del momento.
Aquí lo importante es fijar el foco en a quién se está enriqueciendo con la visibilidad indirecta. Cual rémora. Quién se hace fuerte con mi trabajo. Dista de la posición radical de “yo no trabajo con” (que también). Realmente se trata de abrir los ojos lo suficiente para no acabar perdidas en medio de una intricada correlación de vías. De saber dónde se está, teniendo cristalino el por qué.
Ganar al casino y salir con vida
Cuestión de mantener el juego de poder equilibrado. De no ser un chicle que mastican escupiéndolo cuando se le va el sabor. En ese sentido la única persona que no te va a dar una patada en el culo el día de mañana eres tú misma. También aquellos con los que compartes identidad, misión y valores. Por eso es tan sumamente relevante la autogestión, el empoderamiento, las formas de producción alternativas.
No es no usar el coche de tu padre de vez en cuando. Es evitar depender de él si te quieres ir al pueblo de al lado. Da igual que sea en bicicleta, en biscuter o a patita, pero como generadores de contenidos es nuestra responsabilidad generar formas emancipadas de control para la distribución de la cultura. Que no es otra cosa que una actitud ante el signo.
Luego, usa el súper bólido con asientos calefactables que mantienen tu ególatra culo caliente. Mas, no te gastes los recursos del bolo en jarana. Guarda un poco para montarte por piezas un “4 latas” (un coche algo ajado) que te lleve y te traiga. Luego habrá tiempo de meterle alerones, amén del resto de horteradas varias.
Áyax lo decía el otro día en un directo (sigo con el rap): “No necesitamos a ningún patrocinador, ahora mismo nosotros solos estamos reuniendo a 14 mil personas en un directo de Instagram” esa es la actitud. La del pueblo por el pueblo.
La de Natos y Waor montándoselo solos, saliendo del parque de Aluche al mundo. O Ninyas del corro sonando sin medios internacionales. También la de Elane, Ly Raine, Santa Salut o Gata Cattana (descanse en paz) guisándoselo solitas. Cada vez que los chavales se producen un video entre ellos, la cultura se ensancha más que la cuenta de causas pendientes del Partido Popular.
Sin confundir estar fuera con estar abajo. En este ámbito, para subvertir el orden, ha de hacerse desde una dinámica horizontal, de tú a tú. Eso lo sabe bien Antón Álvarez, aka: Crema, aka: C.Tangana. El quid está en la arriesgada línea de consensuar medios prestados con los propios.
Somos la generación que heredó un espacio marchito e inexorable. Nos vendieron que ya todos los muebles buenos estaban quemados. Que nada se podía hacer por escalar la montaña sin equipo. Tienen razón.
Pero en vez de jugar al póker con cartas marcadas podríamos darle un empujón a la mesa, saquemos las damas. Os aseguro que así, con normas nuevas sin viciar, habrá mejor suerte. Cambia el marco, construye la interpretación de la experiencia, el frame. Esa actitud ante el signo, la cultura.